APRENDER MAGIA EN LOS AÑOS GLORIOSOS

11 diciembre, 2019

Cuando me reúno con algunos de los magos de Madrid a los que conozco hace muchísimos años (de la vieja guardia como digo, aunque no les guste), no tardamos en rememorar esos años gloriosos de nuestros inicios, años mucho menos digitales, años en los que no existían clases de magia online, los años de la SEI (Sociedad Española de Ilusionismo).

Debo remontarme en mis recuerdos hasta los años 92, 93, 94… Había un grupo de gente joven, muy joven, pero con mucha pasión. Ansiosos de que llegara el lunes para juntarnos, hacer y hablar de magia.
Las reuniones de la SEI, desde siempre, fueron los lunes. Eso me hacía empezar la semana con muchas ganas. Sólo había un problema, la reunión empezaba a las 8 de la tarde. Y como tenía que estar en casa sobre las 10 de la noche, no cundía.

Abusando de la confianza de Encarnita, nos pasábamos todos a primera hora de la tarde por su tienda, Magia Estudio. Situada a unos pocos metros del Hogar Canario (que cedía la sala a la SEI), hacía de lugar de reuniones para los más jóvenes. Casi nunca le compramos nada, alguna baraja de vez en cuando. Pero ella permitía que nos reuniéramos y nos dejaba ojear los libros que le llegaban.

Como único pago, alguna vez tuvimos que hacer un juego de los que vendía a algún posible comprador. Recuerdo pocas veces, ella se bastaba y se sobraba. Siempre supe que nos cedió su espacio por altruismo, porque veía la pasión en el brillo de nuestros ojos. Nos regalaba tiempo, gracias a ella podíamos dedicarle a la magia de 5 de la tarde a 9:30A última hora de la tarde caminábamos rápido hasta la sede de la SEI, para no perder ni un minuto.

Unos días había conferencia, otros mesas redondas. Los días que no había actividad eran de los mejores para mí. Podías ir de grupo en grupo, viendo magia y recibiendo consejos. Había que absorber toda la información para procesarla en la larga y aburrida semana.

Cumplidos unos años más, se pudo empezar a asistir a las cenas. Las míticas cenas. La gente me decía que ahí venía lo bueno, que las reuniones de la SEI era para calentar, que a la cena venía Juan Tamariz.

Un restaurante de menú del centro de Madrid, nada del otro mundo. Pero cada lunes había una larga mesa para unos 40 comensales. Entre pedir y el primer plato ya había alguien haciendo una magia, mostrando una idea, o comentando el último libro leído. Todos hablando en común, un gran grupo sin egos. En la mesa podían estar Ascanio, Tamariz, Riobóo… Los extranjeros no se lo podían creer. Y todos juntos, no importaba si sólo llevabas un año. Te trataban igual.

Cuando llegaba Juan empezaba a ensayar con nosotros. Sus últimas “malvadeces” veían ahí sus primeras reacciones. Muchas las comentaba, abiertamente. A sabiendas de que había respeto y a nadie se le ocurriría presentar aquello, aunque fuera en familia.
Había una comunión total entre distintas personas y distintos magos. Sin embargo para todos era un motivo de fiesta y alegría juntarnos y cenar. No de una manera pasiva, tengo recuerdo que todos hacían magia. Incluso los que sólo tenían esas pocas horas a la semana para dedicar a la magia.

Pasados unos meses, me quedé a las reuniones post cena. Una locura, trabajo al máximo nivel. Sesiones de debate técnico, más ideas, más magias. Y Juan a tope, como si fuera primera hora de la tarde. Tanto esfuerzo enfocado en una misma dirección. Todos los lunes los compartía con Ricardo Rodríguez, Miguel Ángel Gea, Rafa Piccola, Manolo Talman, Raúl Jiménez… Y Juan. Siempre Juan.

Tiempo después, todo se fue masificando. No era tan íntimo como antes (¿¿¿cenar 40 íntimo??? Sí, si los intereses son los mismos), se desvirtuó. Cuando llega mucha gente nueva de golpe suele ser normal que haya una gran variedad en intereses y objetivos. Poco a poco hubo que hacer las reuniones de menos gente, más discretas. Los pequeños grupos se habían establecido, las cenas de La Corona habían muerto.

Los extranjeros que venían a Madrid en esa época ya nos lo avisaron, pero no les escuchamos. “Esto no pasa en ninguna otra parte del mundo. Todos cenando juntos sin egos, como compañeros, compartiendo”. Pero pensamos que sería para siempre, que lo que vivíamos era la normalidad cuando era una excepción. Ahí estuvo nuestro error.